No es grato entrar al aula con el frío de la mañana, los sueños sobre las pestañas y un odio profundo por las matemáticas. Era mi etapa de transición entre los conjuntos, los fraccionarios y el algebra, y esta maestra me hizo sentir tan estúpida desde su primer día de clase, que desde entonces noté en su voz y su mirada cierto sarcasmo. Sin embargo la cosa no era solo conmigo, parecía disfrutar de la burla de los compañeros cuando ridiculizaba a alguien frente al tablero.
En fin, ese año no aprendí nada excepto que hay gente desequilibrada que se deja someter a regímenes represivos como el de esta "maestra" que parecía salida de plena inquisición, ellos aprobaron asumiendo posturas de conformismo y yo perdí hasta asistencia por no evaluar el trabajo de ella.
Sus pocas herramientas pedagógicas me distanciaron de los números y el resto de mis años de secundaria odíé toda clase de expresión matemática.
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